La pobreza energética podría definirse como la dificultad para mantener el hogar en unas condiciones óptimas de humedad y temperatura, así como asumir el coste de las facturas de agua, luz y/o gas. Es decir, para mantener esos niveles de confort, una persona necesitará un nivel de renta adecuado que le asegure poder hacer frente a las facturas, así como que la energía tenga un precio adecuado y no desorbitado, en función de los niveles de renta de la población y que su vivienda sea eficiente energéticamente (que no tenga pérdidas de calor por ventanas y puertas, que no haya fugas de agua en wc o grifos…etc).
La realidad que nos encontramos en nuestro trabajo, es que entran en juego diferencias en cuanto a género, edad, estatus social, y muchas otras, que favorecen o dificultan el acceso a estos estándares necesarios para considerar que una persona no se encuentra en situación de pobreza energética. Y es aquí, donde ser mujer aporta aún más factores vulnerabilizadores en una sociedad que busca la igualdad, pero donde no consigue que sea real, al menos de momento.
Los roles de género, los techos de cristal y los diferentes accesos al mercado laboral ponen a las mujeres e identidades no binarias en desventaja estructural frente a los hombres. En la mayoría de los casos, existiendo una brecha salarial, que se ve agravada si la persona pasa tiempo en el hogar ejerciendo labores de cuidado (porque lamentablemente siguen recayendo en nosotras en su amplia mayoría, y donde la co-responsabilidad aun tiene rango de mejora), donde ve incrementados los consumos de los diferentes suministros, al pasar más tiempo en el hogar.
Por tanto, las dificultades estructurales en cuanto al empleo, trabajos con sueldos más bajos o más dedicación a la protección y cuidado de los menores se traducen en una mayor cantidad de tiempo en la vivienda, exponiendo a las mujeres a una posición más vulnerabilizada de cara a padecer los efectos de la pobreza energética.
Estos efectos pasan por estar expuestas a mayores riesgos en referencia a la salud física, aumenta también la probabilidad de sufrir trastornos psicológicos tipo ansiedad o depresión, y ya no hablemos del estigma social al que se enfrentan las mujeres por encontrarse en situación de pobreza energética, que es mucho mayor que el de los hombres.
En la ciudad de Madrid, según el Estudio técnico sobre pobreza energética en la ciudad de Madrid,de Ecologistas en Acción y Ayuntamiento de Madrid, la vulnerabilidad de los hogares frente a la pobreza energética es de un 31,8% en aquellos liderados por mujeres, de un 44,6% en hogares unifamiliares formados por mujeres mayores de 65 años y del 51,2% en hogares monoMarentales que tienen uno o más hijos/as a cargo.
Todo esto corresponde con el perfil que encontramos en nuestras intervenciones, y que ponen de manifiesto la necesidad de construir una sociedad más justa, que parta del acceso a la energía en igualdad de condiciones para todas las identidades de género, que pase por un empoderamiento, en ámbitos laborales y sociales. Como a esto último no podemos hacer frente desde nuestro proyecto de forma directa, tratamos de empoderar a las personas, dotandolas de información acerca de las facturas, para que puedan realizar una lectura crítica y conozcan las diferentes opciones disponibles para poder disminuir el importe de éstas, así como medidas de bajo coste para implementar en sus viviendas que las haga más eficientes energéticamente.
Granito a granito, se hará montaña. Y desde el equipo de Energía Justa, seguiremos trabajando para que así sea. Una sociedad más justa es posible con el trabajo de todas las personas y agentes implicados.
Porque la energía es un derecho, no un privilegio.
Energía Justa es un programa promovido por las entidades sin ánimo de lucro Ecoserveis y ABD y consiste en una red de personas voluntarias que luchan por conseguir una contratación justa de suministros energéticos y agua, informando y empoderando a las personas. También defiende el derecho a estos suministros básicos frente a impagos, cortes y prácticas comerciales abusivas.
En Cataluña el proyecto está financiado por la Generalitat de Catalunya, la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona, y ha recibido premios o ayudas puntuales de otras entidades como Som Energia, la Filadora y el Cluster de l’Energia Eficient de Catalunya (CEEC). En la Comunidad de Madrid el programa está financiado por Fundación Montemadrid y Bankia.